Paseo a la Playa

Ese día, era como cualquier otro. Las calles como siempre recibían los rayos del sol matinal. El cielo con una que otra nube blanca. Una suave y agradable brisa completaba el panorama. Mazao salió de su casa temprano. Se había despertado a eso de las 5 y media. Había tenido ese mismo sueño que le acompañaba desde que tenía unos 6 años.

"Era de noche y miraba el estrellado cielo azul, de pronto veía que las estrellas se comenzaban a mover y sentía como si el espacio-tiempo se compactase a razón de varios años-luz dentro de la palma de su mano e instantáneamente se transportaba "al centro" de las constelaciones y podía observar las estrellas girando sobre sí mismas, planetas que nacían y morían, los cometas orbitando fugazmente alguna estrella principal. 
Sus ojos podían distinguir el espectro completo de colores en los astros. El espectáculo era simplemente colosal. Mazao sentía que los grandes misterios ya no existían. Habían quedado atrás, perdidos en alguna coordenada olvidada. Pero sin desearlo, retrocedía y se encontraba nuevamente mirando el cielo, con los pies muy pegados en la tierra en el mismo lugar donde se iniciaba su sueño, pero ahora la noche era como un espectáculo pirotécnico y las estrellas se dilataban frente a sus ojos. Un miedo ancestral se apoderaba de él, aunque sabía que huir era inútil."
Despertó como siempre, desde pequeño, empapado de un frío sudor y con la respiración agitada.
Esa mañana, caminó por las calles, sin dirección definida. Mientras avanzaba, su mente era un torbellino, mantenía siempre la mirada baja, observaba el pavimento pasar bajo sus pies, con las manos en los bolsillos.
No muy consciente de su recorrido llegó a la orilla de la playa, el mar estaba calmo y la brisa levantaba unas pequeñas crestas que avanzaban hacia la arena. Mazao levantó su mirada hacia el cielo y pudo divisar como unos cuantos pelícanos volaban alrededor de un barco, seguramente con la ilusión de “pinchar” algo de comida, más alto unas gaviotas también rondaban con similar intención. Unos cien metros más allá había una balsa que había sido “invadida” por dos longevos lobos marinos cuyo pelaje ya era de un color café claro oxidado que daba testimonio de su avanzada edad. Los lobos estaban echados tomando el sol y a la distancia parecían totalmente inmóviles.
Mazao sacó un cigarrillo y mientras fumaba seguía el humo exhalado de su boca con la mirada, perdiendo el foco del entorno. Había logrado lo que quería, estaba engañando al tiempo, dejando que traspasara todas sus células, su ser. Tampoco fue consciente de cuánto demoró en terminarse el cigarrillo, ni donde habrá ido a parar la colilla.
Horas más tarde, creería recordar que en ese momento sentía nuevamente ser un pendejo corriendo por el patio de su casa, sin darse cuenta que por no poner atención, le pisó la cola a Doby, su primera mascota, y éste seguramente en un acto reflejo, le mordió el brazo, lo que a la larga le significó que lo fueran a botar lejos y no volvió nunca más. Una mascota de las que él más quiso fue un gato llamado Kimba, al que también fueron a botar, por tener una herida infectada en una pata trasera. Hubo otra, la Carlota, pero ni él mismo se perdonaba el destino de la pobre.
Sólo la bocina del tren que pasaba cerca lo trajo nuevamente a la realidad, de manera brutal. El grave ruido lo remeció completamente, sentía como se contraían sus músculos, como sus costillas se petrificaban impidiendo que sus pulmones dejaran entrar el aire. Frías gotas saladas recorrían su espalda. Trató de respirar por la boca, pero cayó en cuenta que si aflojaba su mandíbula inferior sería peor aún. Intento dar la vuelta, pero sus pies tampoco querían moverse.
¡Viejo huevón, hazte a un lado. No me estás oyendo, conchetumadre! Esas palabras le pareció oír, mientras sentía un fuerte golpe en su costado derecho. Cayó sobre la arena y pudo ver que un ciclista le había atropellado. De costado vio que éste miró hacia atrás mientras se reía a carcajadas.
Ahí estuvo horas botado y a medida que la luz del día se iba apagando, su mente lograba nuevamente alienarse. Se incorporó, sacudió la arena de su ropa y volvió a la vereda trotando, luego corrió de regreso a casa. Antes de entrar se detuvo y observando el cielo él también rió por largos minutos.


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